Juanfran Jiménez nos remitió una primera versión de este relato a finales de 2011. Conocía al autor por haber mantenido correspondencia con él a raíz de un par de artículos que sobre los premios Domingo Santos y Alberto Magno de la Universidad del País Vasco había para elaborado para publicación en mi portal web, premios en los que el citado Juanfran había resultado finalista en varias ocasiones.
Me gustó la trama, el tono y la ambientación del cuento, aunque pensaba que podía resultar más atractivo si se trabajaban determinados aspectos de estilo para resaltar su calidad literaria y su carácter de futuro negro y admonitorio. Tampoco el título inicial propuesto me parecía acorde con el contenido, así que le comenté mis ideas al autor y ambos convenimos en que fuera revisado bajo estas premisas y con la promesa de que sería preseleccionado, aunque la decisión final de publicarlo o no estaría condicionada por la cantidad y calidad del material recibido.
Hubo más cambios hasta hallar el texto definitivo que les ofreceremos en el libro, detalles que tenían que ver con destacar la diferencia de oportunidades entre ricos y pobres dentro de una sociedad compleja y contradictoria. Creo que el resultado final se ha beneficiado notablemente de esta revisión y constituye un buen ejemplo de que talento, trabajo y tesón son características esenciales que, a la postre, acaban recibiendo reconocimiento.
Era, no obstante, un cuento bastante largo (que es precisamente la extensión preferida por nosotros porque permite desarrollar una historia en profundidad) y nos preocupaba el hecho de que sólo habíamos seleccionado cuentos largos escritos originalmente en castellano, a excepción del cuento de Víctor Conde. En una antología, encontrar el justo equilibrio entre cuentos de diferentes temáticas y extensiones constituye un requisito fundamental, pero creemos justificada esta inclusión. El autor, además, baraja la idea de ampliar la historia a una extensión mayor, aunque esa posibilidad excede nuestras posibilidades como antología temática.
“Cuerpos” es, quizás, uno de los relatos seleccionados que más y mejor cumple la premisa argumental con que nació la presente antología: historias centradas en las preocupaciones actuales del ser humano y los problemas del futuro próximo, planteadas desde una perspectiva crítica y creativa, adaptada a nuestro presente y referentes culturales. Para su desarrollo, el autor ideó el siguiente escenario, que por su interés reproduzco a continuación:
“Durante el siglo XXI, la Unión Europea demostró que era capaz de sobrevivir a los embates de la Globalización. Ni las exigencias de los mercados financieros, ni la competencia abrumadora de los países emergentes, consiguieron terminar con la resistencia de una Europa que, como una vieja obstinada, se negaba a morir… aunque para ello tuviera que ignorar la voluntad de sus propios ciudadanos.
A comienzos del siglo XXII, Europa es una Burocracia pseudodemocrática, y las leyes se hacen y deshacen en función de los intereses de los grupos de presión. La economía sigue su particular guerra permanente contra el resto del mundo. Europa sólo puede competir en algunos sectores estratégicos: turismo y patentes farmacéuticas son dos de los más importantes. Todas las leyes necesarias para proteger estos negocios son aprobadas sin oposición.
El discurso crítico con el Sistema no existe. Cuando aquella Internet donde se podía opinar libremente se convirtió en un problema, desde Bruselas abrieron un largo proceso legislador que terminó con la neutralidad de la red, el anonimato, y la privacidad de las comunicaciones. Para conseguirlo se invocaron viejos demonios familiares, como la seguridad frente al terrorismo, o la lucha contra la piratería. En realidad, el motivo último de la implantación de la nueva versión del Protocolo de Internet (IPv12) era estrictamente económico.
Entre muchos otros beneficios, aquel férreo control sobre los bits permitió el desarrollo de la industria químico-turística del intercambio de mentes. Como toda idea revolucionaria en Internet, el intercambio digital de las personalidades de dos usuarios de la red parecía algo que nadie necesitaba. ¿Por qué iba alguien a querer mudarse de cuerpo con un desconocido, aunque sólo fuera por unos días? Ni mucho menos a pagar por ello. Pero los entrepreneurs sabían muy bien cómo monetizar aquella tecnología: con una nueva vuelta de tuerca al oficio más antiguo del mundo.
La oferta de cuerpos en destinos exóticos y paradisíacos inundó el mercado. Nadie era engañado: el reclamo de las agencias de viajes consistía en presentar abiertamente las ventajas del turismo sexual disfrutado en cuerpo ajeno, joven, y bello. Quizás no fuera muy ético. Pero los valores en Bolsa de las empresas participantes se quintuplicaron el primer día de actividad del negocio.
En este intercambio había dos partes implicadas: el turista y el oriundo del país de destino. Miles de contratos fueron firmados en países del tercer mundo, en virtud de los cuales personas jóvenes, sanas, en plenitud de su forma física, y que no tenían ningún otro medio para ganarse la vida, alquilaban su cuerpo por un módico precio (seguramente con la esperanza de no encontrarlo muy deteriorado a su regreso). En muchas zonas de la Latinoamérica más deprimida nadie denunciaba que estos viajes tuvieran relación con el mercado del sexo. Incluso algunos gobiernos caribeños negaban que existiera prostitución en sus países, seguramente cegados por las divisas y los sobornos.
Así las cosas, el indio Padovani ha tenido que mentir, ocultando su identidad -y su verdadera edad- para conseguir firmar uno de estos contratos de intercambio. Es su última esperanza: necesita huir de su país para no ser asesinado por sus antiguos camaradas, o apresado por la policía del nuevo régimen. Padovani sabe que en Europa lo tendrán vigilado en una especie de campo de concentración, mientras el turista (el «cliente») se lo pasa en grande usando su cuerpo, hasta que llegue el momento de finalizar las vacaciones. Pero Padovani también sabe que él no piensa regresar a América.
Lo que Padovani no sabe es que su cliente tampoco tiene la más mínima intención de volver…”
Mariano Villarreal